Claude Bibeau, un hombre hecho para la felicidad

por Mireille Brisset

Galerista y comisario independiente

 

En otoño de 1992, Claude vino a mi galería una tarde. Fue su último intento, me confió más tarde, antes de renunciar a toda esperanza de encontrar un lugar para exponer sus cuadros.  Me mostró algunas fotografías de gran formato muy buenas de su obra reciente, la serie "Tributos".  Su elección fue Sébastien (1986), Hommage à René Magritte (1988), Hommage aux pompiers (1989), Hommage à Modigliani (1989), Espoir (1989), Hommage à Lemieux (1990).  A pesar de una ficha de artista muy incompleta, me convencí inmediatamente de que estaba en presencia de un maestro de la pintura. Todavía no había visto nada. Qué sorpresa cuando visité a Claude en su casa y entré en su mundo.  Su entorno era una extensión de su arte, o al revés.  Estaba encantado.

En este entorno, todos los elementos dialogaban: los juguetes (una impresionante colección de más de 2000 piezas), los cuadros de Claude, en los que muchos de esos mismos juguetes habían servido de modelos, los colores vivos de las paredes, los muebles pintados, los iconos, los cuadros de otra época, hiperrealistas, obras de otros artistas, amigos de Claude, y... más juguetes.  Un museo, ni más ni menos.  Y en este "museo", en el que se podría haber imaginado una atmósfera restrictiva, me sentí, por el contrario, completamente a gusto, relajado, y ello, a pesar de la fuerza de los temas evocados en los cuadros que tenía delante, detrás y al lado.  Lo que predominaba era la naturaleza de Claude, sencilla, entrañable, cálida y juguetona.  Una infinita generosidad de corazón - fructífera, pura, sin pretensiones.

Este feliz encuentro se tradujo en la propuesta de una exposición en la primavera de 1994 (cuya inauguración estaba prevista para el 23 de marzo, con motivo de su 40º cumpleaños) para la que realizó, entre otras, tres grandes obras, Parade, Figure de tragédie y Figure de comédie, que califico de obras maestras.  Seis meses más tarde se realizó una segunda exposición, ya que la producción de Claude iba viento en popa.  Esta vez fueron los temas mitológicos los que habitaron su imaginación, entre ellos Naissance de l'amour, que quiso que fuera la obra central de la exposición.  El año 1995 corresponde a un periodo igualmente fértil.  Ahora, son los animales (Cuatro estaciones, Indiferencia), y la vida secreta de los insectos (Un fait vécu) que observa en su jardín, los que mantienen su interés.

 

El duelo por un ser querido, su compañero Uwe Von Harpe, fallecido en octubre de 1997, y la enfermedad que lo mina se apoderan de él. Claude eligió, sin amargura, dejar de pintar. Cuando pienso en Claude Bibeau, la palabra que me viene a la mente es "fey", esa palabrita inglesa que no se traduce bien y que se refiere a un ser extra-lúcido, visionario, en el que la muerte no es un misterio.  Claude Bibeau encarnaba esta cualidad.